20 de abril de 2018
Había
ensayado a lo largo del día todos los rostros de asombro y sorpresa que se le
habían ocurrido. Pero ninguno le resultaba lo suficientemente convincente.
Si no lo lograba, él lo notaría. Sabía descubrir en los mínimos
gestos, sus estados de ánimo. Debería
seguir intentándolo porque nada le producía mayor pesadumbre que ver reflejado en su rostro la desilusión
de no deslumbrarla con su regalo.
En la mañana, su desayuno, como todos los días
estaba servido, pero junto a él, una
rosa roja le anunciaba que sería un día especial.
Sonrió enternecida
recordando la lejanía de otros momentos en que había logrado sorprenderla con
obsequios inesperados: viajes imprevistos, salidas a lugares bailables que no
conocía, funciones a espectáculos que había reservado con antelación.
Pero el 2002 había
pegado duro y a ellos también les llegó el cimbronazo.
Intuía que él la sorprendería,
siempre lo había logrado y apremios económicos no lo detendrían.
Los festejos del
cumpleaños de ella en los dos trabajos, no habían bajado los niveles de
inquietud, que se iban transformando en angustia, conforme transcurría el día.
Podría con todo, menos
con la infelicidad reflejada en el rostro de él.
Al regreso a su casa,
abrió la puerta con ímpetu, deseosa del encuentro.
En el sofá, sentado, la
esperaba, casi un desconocido, que sin embargo tiene sus mismos ojos, su misma
figura.
No puede evitar, que
naturalmente surja su mayor expresión de asombro genuino.
Se acerca y recorre
suavemente, con sus manos, el rostro terso, sin barba. Sus dedos dibujan los
labios, y comprueba que son más finos de lo que ella suponía sin el bigote.
La sonrisa de él muestra
que una vez más lo había logrado.
La abraza y susurra
apasionado: - Hoy te regalo mi cara.
increíble y sorprendente
ResponderEliminar