Habíamos comenzado recientemente nuestros estudios de enfermería y este era el primer día de práctica hospitalaria. Corría el año 1959.
Eramos todas muy jóvenes, proveníamos del interior del país y nos alojábamos en un internado universitario.
Estábamos nerviosas, ansiosas y sobre todo deseosas de dar una muy buena impresión. Nuestros uniformes impecables, discretamente maquilladas, como se nos había indicado y sin perfumes invasores que nos impidieran percibir los olores que deberíamos identificar.
Al llegar a la sala de internación, toda nuestra intensión de coquetear con los estudiantes de medicina, se evaporó. Seguramente lo retomaríamos más adelante, pero esa mañana estábamos muy inseguras, éramos las recién llegadas y debíamos conquistar esa plaza. Por la ventana de la enfermería veíamos a los médicos, con un grupo de estudiantes de medicina, rodeando la cama de un enfermo.
Nuestra docente nos reunió en la enfermería, nos asignó a cada una los enfermos que deberíamos atender y nos orientó a los cuidados básicos que habíamos estado practicando en taller y que seguramente hoy aplicaríamos en forma real. Terminada la orientación nos envió a la sala de internación para que nos presentáramos a nuestros pacientes, conversar con ellos y realizar los cuidado básicos que necesitaran.
Yo era muy tímida y para aumentar mi inseguridad, me tocó un paciente que en ese momento estaba rodeado de médicos y estudiantes y que ni bien me vio dijo: "Sta. puede alcanzarme mi violín, se lo llevaron y no me lo han devuelto." En ese momento se me olvidó el desgraciado artilugio que los hombres en cama utilizan para orinar, y solo recordé el instrumento musical y haciéndome la conocedora le dije "Sr. González que bueno, es usted músico" Todos dejaron de hablar y se escuchó un susurro jocoso en el grupo de medicina, y entonces el Sr. González, para mi desesperación dijo muy fuerte: "No m´hija, quiero mear"
Ramonita R
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